Por: Francisco J. Sánchez
Hace cinco años, en los primeros meses de la pandemia del Covid-19, el entonces presidente de los Estados Unidos, Donald Trump -aparentemente uno de los hombres mejor informados del mundo- tenía algo en común con la tía Modesta, una mujer de 75 años que solo estudio la primaria y vivió toda su vida en un pueblo de Oaxaca, considerado de los más pobres del país:
Ambos, defendían sus creencias sobre el origen del virus y los posibles tratamientos: el primero, difundía información aparentemente “genuina” pero sin sustento científico comprobado, mientras que la segunda, compartía información falsa sin ninguna intención de hacer daño, sin embargo, los dos en el fondo y en la superficie recomendaban “tragar veneno”.
Pero lo lamentable en ambos casos fue que el entonces presidente estadounidense Trump hizo docenas de declaraciones falsas, engañosas o inexactas que provocaron cientos de llamadas de auxilio a los sistemas de emergencia, sin castigo alguno, en tanto, la tía Modesta, que nunca se vacunó contra el virus, murió después de varias semanas de contraerlo.
La pandemia del Covid-19, una de las más letales en la historia de la humanidad, se acompañó de un “agente comunicativo” contagioso, replicable, fácilmente transmisible y también letal en esas circunstancias: La desinformación que en exceso y sin control, dificultó que las personas, incluso los responsables sanitarios, encontraran fuentes confiables para responder a la emergencia.
Este “virus de la desinformación” se acompañó del “virus de la información excesiva” o sobreinformación global – verdadera o falsa, principalmente, transmitida por los dispositivos electrónicos como celulares, tablets o computadoras-, que la Organización Mundial de la Salud (OMS), el órgano rector que reúne a 195 Estados Nación, definió como Infodemia.
Frente a este desafío surgieron iniciativas periodísticas y comunicacionales para frenar o mitigar ese fenómeno social, además de las mejores prácticas enfocadas a la política, que ya venían encarriladas desde hace años para enfrentar la desconfianza de los ciudadanos en el sector público y que se consideraban como una amenaza a la democracia.
Así se fortalece el concepto del Fact-Checking o Verificado que en México ya involucraba a estudiantes y profesionales del periodismo que desarrollaban un método para verificar contenidos ya publicados en medios de comunicación tradicionales o digitales, principalmente en las redes sociales.
Hoy los fact-checkers o verificadores son lo que en su tiempo eran los reporteros profesionales que tenían mucha carga ética para informar y como principal virtud la credibilidad.
Por eso, la iniciativa EsciertoMx, que liderea la maestra Adriana Vásquez y que arranca de la mano de la comunidad académica y periodística en Oaxaca, es un antídoto comprobado contra la polarización, las creencias, los intereses políticos y la desinformación que como Trump y la Tía Modesta invitaban “tragar veneno” qué aún en pequeñas cantidades, puede matar.
X: @jsanchezoax
